Una persona mayor, espiritualizada, nos leyó el otro día esta frase de sabiduría: “Aprende a vivir como si fueses a morir mañana pero trabaja como si fueses a vivir siempre”.
¡Qué verdad indivisible reúne esta afirmación!. Es a la vez una certeza de inmortalidad y un deseo de bien y mejora de este mundo en evolución. Con 93 años, su calidad de vida no es buena, pero “su cualidad de vida” rebosa amor que no desfallece y es suficientemente eficiente y eficaz para los demás.
Desconocemos el influjo de las fuerzas invisibles benéficas sobre las visibles. ¿Acaso cuando comunico telefónicamente con Australia no debería admirarme, viendo ese orden “invisible de la energía física” que permite esta hazaña comunicativa?
Algún día, a través de una progresiva interiorización, percibiremos experiencialmente estas fuerzas psíquicas y espirituales, tan reales como las de los niveles físico, químico, biológico, instintivo y emocional…es una evolución donde el alma va haciendo acto de presencia con mayor nitidez y esplendor.
Ahora entramos en el nivel sutil avanzando hacia el causal donde el alma individual nota que existe un Alma Universal (Unidad) y que ambas se reúnen en un Ser Transcendente a la vez Personal e Impersonal. Es el Reino de la Beatitud y más allá está lo Incognoscible. De esa Clara Luz, emanan los dones del Espíritu y estas “energías amorosas” solo calan en el alma cuando el hombre acepta “sentirse hijo de Dios” siendo su finalidad, armonizar las virtudes y los valores que solo pueden moverse por la razón. Aquí faltan las palabras para expresar estas realidades inefables que propician la Vida Divina en la Tierra.
Vamos a dar una somera descripción de los DONES Y LAS ETAPAS DE LA VIDA ESPIRITUAL, remitiendo a los interesados al final de este ensayo, a dos libros fundamentales dentro de la tradición católica.
Los dones y las etapas de la vida espiritual
Con frecuencia se mira a la vida espiritual solo “desde abajo”, a partir de los esfuerzos voluntarios hacia la perfección, pero también hay un Maestro Interior para esta ascensión. Distingamos tres grandes etapas de la vida espiritual, en cada una de estas tres etapas hay una necesidad dominante: en los que comienzan (principiantes), por la lucha contra la imperfección y el pecado (no olvidemos que el pecado se refiere no solamente al vicio sino al “dolor” que experimenta nuestra alma y Dios por esa imperfección que no nos permite la unión con Él en el Amor), en la etapa siguiente (proficientes) por la diligencia en practicar con minuciosidad la virtud y en la última etapa (avanzados), por el amoroso descanso en Dios. En las tres etapas hay que luchar contra el mal, tender hacia el bien y por encima de todo, amar. La santidad es el amor que huye del pecado, observa los mandamientos del Señor y halla en Él, el la paz y el gozo.
Cuanto más aumenta el amor, mas lucha contra el mal; mas fiel es a los consejos evangélicos, mas se solaza en Dios únicamente.
La primera labor del Espíritu Santo es convertir a los hombres, purificarlos de sus faltas, librarles de sus inclinaciones perversas a fin de afirmarles en el amor.
El espíritu de inteligencia les descubre las riquezas de la fe;
El espíritu de ciencia les ayuda a evadirse de la fascinación de las creaturas;
El espíritu de sabiduría le hace sentir la nada de los seres efímeros y el Todo de Dios, (vanidad de vanidades y todo vanidad excepto amar a Dios y servirle). El movimiento de los dones adopta mil formas diferentes para levantar a los recién convertidos por encima de sus miserias y acompañarles en los primeros pasos de su ascensión hacia Dios.
El espíritu de consejo les indica los caminos de la santidad accesibles a sus débiles fuerzas y en las horas de angustia y de oscuridad, les sugiere las soluciones liberadoras.
El espíritu de piedad les hace llegarse a Dios como un Padre, con los sentimientos del hijo pródigo y espiritualiza y simplifica progresivamente su método de oración, trabado en devociones externas y en complicadas trayectorias.
El espíritu de fortaleza les alienta de continuo y les evita las caídas peligrosas que podrían descorazonarles.
El espíritu de temor les induce a huir de las ocasiones de pecado, a no ceder a la tentación, a no contristar nunca gravemente al Espíritu Santo, a refugiarse en la conciencia de su fragilidad y de su nada y acogerse a la Omnipotencia misericordiosa de Dios.
En esta primera etapa de la vida espiritual, las intervenciones personales del Espíritu de Dios se orientan, ante todo, a arrancar a las almas del pecado y consolidarlas en el bien. El amor de los principiantes es débil y no suficiente para separarse del mal y menos aún para mantenerles fieles a Dios en todos los instantes del ejercicio de las virtudes que es el signo auténtico de la perfección.
El Espíritu Santo procede de distinta manera con los proficientes. Conforme aumenta la docilidad de las almas, la purificación y la huída del pecado, ya no son sus preocupaciones dominantes, a menudo obsesivas, sino que el alma, purificada por la gracia de Dios, se siente mas libre de las ataduras del mal y puede dedicar sus potencias a servir a Dios y a testimoniarle su amor con la práctica de las virtudes. El espíritu de temor le dicta una delicadeza cada vez más grande, el espíritu de fortaleza la mantiene en el valeroso cumplimiento de todos sus deberes; el don de piedad la recoge, a través de todas las cosas, en un genuino espíritu de oración. Su plegaria se ha hecho más fácil y las sequedades y arideces inevitables van purificando su fe y amor. El espíritu de consejo, le guía en sus decisiones, con las soberanas luces de los dones contemplativos de inteligencia, ciencia y sabiduría. Es la entrada en la vía iluminativa y la subida hacia Dios en la oscuridad de la fe, cruzada por los relámpagos de la luz Divina, suficientes para darle al alma la seguridad, cada vez mas apaciguadora, de que va avanzando por el camino que lleva hasta Dios. En esta segunda etapa de la vida espiritual, los dones del Espíritu Santo, ayudan igualmente a las almas a desembarazarse del pecado pero con mayor libertad a fin de que marchen rápidamente hacia Dios “a paso de amor” con la mirada puesta en las escrituras y en la imitación de sabios, profetas, de Cristo y de la Santísima Virgen, concíbase dentro de la tradición cristiana o como Madre Cósmica y Primera Emanación Transcendente del Uno.
La oscuridad de la noche y las iluminaciones repentinas se suceden con mayor fuerza y frecuencia (lucha entre el inconsciente y el supraconsciente).
La etapa suprema es la consumación de la Unión con Dios. Pocas almas llegan a ella por falta de generosidad y de docilidad al Espíritu Santo, pero hay almas heroicas que nada rehúsan al Amor: es el triunfo de la Gracia y el despliegue perfecto de los dones del espíritu para consumar la Obra Divina y aunque esas almas privilegiadas tienen leves desfallecimientos, su voluntad no cesa de lanzarse, con renovado impulso, hacia el Eterno. Practican todas las virtudes, pero sobrepasándolas. El espíritu de sabiduría, las va estableciendo en el puro amor, sus más insignificantes actos cotidianos adquieren un valor de infinito y su vida corredentora resplandece sobre la de todos los hombres. La Trinidad las ilumina con el Verbo, con las claridades de la inteligencia, la ciencia y la sabiduría Divina siendo inspiradas a realizar el Plan de Dios. A través del don de piedad, mantienen con el Padre, un filial sentimiento de adoración (de donde fluye un gozo autoexistente en las células del cuerpo que las aparta de la excitación de la sexualidad). Aparece una auténtica acción de gracias y de incesante plegaria que emana de lo más íntimo del alma. Nada puede desviarlas de su deber pues tienen la fortaleza de los mártires y de los santos. Los siete dones convergen para hacer de estas almas, una obra maestra de Dios. La inspiración continua y la unión transformante los hace vivir cada momento como “único, irrepetible, creativo…” El hombre va sintiendo su filiación Divina…
A la cumbre de las cumbres solo llegan, en el Mas Allá, los Bienaventurados, indefectiblemente asegurados en Dios por la visión cara a cara. Este Conocimiento directo, experimental y este amor fruitivo se prolonga por la visión y los gozos de lo que en el cristianismo se llama la Santísima Trinidad y cuyo estudio está fuera de este ensayo y cuya Esencia es la Inmutabilidad.
Sugerimos que en los libros propuestos, se profundice en cada Don Espiritual conociendo, su Naturaleza, el Campo de su Acción, Su medida Divina y su modo Deiforme, el lugar que ocupan en el Organismo Sobrenatural, los vicios opuestos, la Bienaventuranza correspondiente, así como su función en la Vida Espiritual y otros.
Libros consultados: Los dones del Espíritu Santo M. M. Philipon Edic. Palabra (pelícano)
Teología de la perfección cristiana A. Royo Marín O.P. B. A. C.